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Obreras rebeladas: derechos laborales en violeta

El 1 de mayo se conmemora el día internacional del trabajador como homenaje a los Mártires de Chicago. En 1886, esa ciudad estadounidense se vio envuelta en una campaña lanzada por obreros anarquistas en la que se exigía la jornada laboral de 8 horas y el derecho a la organización de sindicatos, que se consolidó en una manifestación realizada el 1 de mayo de ese año. Esta afrenta al capitalismo industrial del país del norte no iba a ser gratis; las movilizaciones del 1° y de los días sucesivos tuvieron como respuesta la feroz represión policial y el enjuiciamiento de varios dirigentes anarquistas acusados de asesinato por el estallido de una bomba. El juicio absolutamente irregular encontró culpables a ocho de esos militantes anarquistas, de los cuales siete fueron condenados a la horca y uno a 15 años de prisión. De los condenados dos solicitaron el perdón y se les conmutó la pena por prisión perpetua, uno se voló la cabeza en la celda y los cuatro restantes fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887.

Hasta acá todo el relato en masculino. Sin desmerecer la tenaz lucha de los mártires de Chicago contra la explotación de la clase obrera en el capitalismo que convirtió al 1 de mayo en una fecha de conmemoración internacional, nos interesa indagar sobre los reclamos laborales, de clase y de género de algunas mujeres negras, rojas y violetas.

Casi medio siglo antes de los hechos de Chicago, una mujer, Flora Tristán, la paria como se llamaba a sí misma, publicó “La Unión Obrera”, un programa feminista y socialista que ya en 1840 pregonaba la necesidad de la organización de la clase trabajadora y de la que llamaba la “unión universal de obreros y obreras”, es decir, que su proclama “Proletarios del mundo, uníos” llevaba implícita que la emancipación de los trabajadores debía estar unida a la emancipación de la mujer. Es por esa razón que, en su obra Peregrinaciones de una paria, denuncia la opresión sobre las mujeres a través del matrimonio al que son sometidas violentamente, sin ninguna posibilidad de decidir aunque ya no exista el consentimiento mutuo y necesario que debería sostenerlo. Su crítica a la raza masculina cuando el varón asume el lugar de burgués opresor y su análisis del rol de la mujer como proletaria del proletario son un aporte destacado para el feminismo y para el socialismo científico. Convencida de que era necesario reclamar derechos para la mujer, expresó que “todas las desgracias de este mundo provienen de ese olvido y desprecio que se ha hecho hasta ahora de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer”, a la vez que incita a los obreros a que den un ejemplo al mundo reconociendo la igualdad absoluta entre la mujer y el hombre (Por qué menciono a las mujeres, 1844).

Retomando el contexto en el que un grupo de obreros anarquistas se convirtieron en los Mártires de Chicago, destacamos la militancia y la lucha de Lucy Eldine González, compañera de Albert Parsons, uno de los mártires. Conocida como Lucy Parsons y habiendo vivido el racismo más extremo en su Texas natal, se convirtió en una acérrima defensora de los “esclavos del salario”, como escribió en 1912 en “The Agitator”, refiriéndose a la ejecución de los mártires: “Nuestros camaradas no fueron asesinados por el estado porque tuvieran una conexión con la bomba sino porque estaban organizando a los esclavos del salario. La clase capitalista (…) creyó tontamente que matando a los espíritus activos del movimiento obrero del momento, iban a asustar a toda la clase obrera, manteniéndola esclava”. Cuando José Martí escribió sobre los sucesos de Chicago como corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, se refirió a ella de la siguiente manera: “la apasionada mestiza en cuyo corazón caen como puñales los dolores de la gente obrera (…); dicen que con tanta elocuencia, burda y llameante, no se pintó jamás el tormento de las clases abatidas; rayos los ojos, metralla las palabras, cerrados los dos puños, y luego, hablando de las penas de una madre pobre”. En un sentido similar a Flora y cruzando las opresiones de clase y de género, en 1905 Lucy expresó: “Nosotras somos las esclavas de los esclavos. Somos explotadas más crudamente que los hombres. Cuando los sueldos deben ser rebajados, la clase capitalista usa a las mujeres para reducirlos”. Su lucha incansable hasta el final de sus días contra el sistema capitalista, la explotación de la clase obrera y la opresión hacia las mujeres, llevó a que en los archivos de la policía de Chicago se la catalogara como “más peligrosa que mil manifestantes”. Y cuando Lucy murió, otra rebelde, Elizabeth Gurley Flyn, que a los dieciséis años había dado un discurso titulado “Qué hará el socialismo por las mujeres”, expresó que Lucy no vivió en el pasado sino que vivió y vivirá para el futuro y en el corazón de los trabajadores.

Entre las anarquistas que con su lucha denunciaron la situación de explotación de la mujer trabajadora a finales del siglo XIX, no podemos dejar de mencionar a Virginia Bolten que, junto con un grupo de operarias con las que trabajaba en una fábrica de azúcar, editó entre 1896 y 1897 “La voz de la mujer”, primer periódico anarco feminista que financiaba con su propio sueldo.  Bajo el lema “Ni dios, ni patrón, ni marido”, en el periódico escribía: “si vosotros (dirigiéndose a los varones) queréis ser libres, con mucha más razón nosotras; doblemente esclavas de la sociedad y del hombre, ya se acabó aquello de “Anarquía y Libertad” y las mujeres a fregar. ¡Salud!”, retomando de esta manera las reflexiones de las mujeres como proletarias de los proletarios de Flora y de esclavas de los esclavos de Lucy. Su impetuosidad discursiva le valió el apodo de la Luisa Michel argentina, en honor a la heroína de la Comuna de París, y esa vehemencia la demostró en el acto del 1 de mayo de 1890 en Rosario como primera mujer oradora en una concentración obrera. Allí, llevando una bandera en la que se leía “Fraternidad Universal”, manifestó las distintas opresiones a las que estaba sometida la clase obrera: “La libertad de trabajo es un mito por mil causas diferentes; la del pensamiento es blasfemia; la del sufragio, un engaño; la del amor, quimera; los derechos del hombre desconocidos; su dignidad ultrajada; tratados los obreros peor que esclavos, embrutecidos en nombre de Dios, degenerados en nombre de la Patria, explotados en nombre del derecho, sin hogar y sin familia, en nombre de la propiedad, en las cárceles y cuarteles y aun en defensa de esta sociedad necia”.

Escuchamos tres voces de mujeres que desde fines del siglo XIX y principios del XX nos hablan de la explotación de la clase obrera y de la doble explotación que sufren las mujeres como obreras y como mujeres. Nos referimos sólo a tres entre las muchas otras voces violetas que se han hecho escuchar y sólo tres entre las muchas silenciosas trabajadoras que sufren esas formas de opresión desde que el patriarcado nos ha impuesta una manera de estar en el mundo.

Pasado más de un siglo de la expresión de esas voces femeninas, nos preguntamos cuánto hemos avanzado en la superación de las distintas opresiones a las que somos sometidas como mujeres trabajadoras.

Retomando las reflexiones de Flora, Lucy y Virginia, respecto a las mujeres como proletarias de los proletarios, esclavas de los esclavos del salario y las doblemente esclavas de la sociedad y del hombre, destacamos que, junto con las desigualdades entre mujeres y varones en el mercado de trabajo y respondiendo a estereotipos de género que en el capitalismo patriarcal determinan una división sexual del trabajo, sobre las mujeres recaen principalmente el trabajo doméstico y las tareas de cuidado y reproducción de los miembros del hogar, que no es remunerado por considerar que no es trabajo productivo y que se lleva a cabo entre quienes tienen un vínculo personal. Se trata de la feminización de las tareas de cuidado, que implica una sobrecarga de trabajo para las mujeres que tienen un empleo, o una imposibilidad de acceder al mercado laboral para aquellas que tienen que dedicarse a esas tareas. Sin embargo, tal como lo decían nuestras obreras luchadoras, la reproducción de la vida es una precondición del trabajo productivo; es decir, las mujeres producen la fuerza de trabajo que es una mercancía fundamental del capitalismo, de ahí que el patriarcado sea su aliado estratégico. Es importante destacar que la pandemia incrementó la feminización de las tareas “del hogar”, ya que las mujeres absorbieron el aumento del tiempo dedicado a las actividades domésticas, de cuidado y de apoyo escolar que generó el contexto de aislamiento social.

Muchas obreras se han rebelado a lo largo de la historia exigiendo derechos laborales en violeta. Otras muchas no se han rebelado ni se rebelan pero se saben y se sienten oprimidas dentro y fuera de los hogares, dentro y fuera de los trabajos. Y todas estas rebeldías entrelazadas, las dichas y las no dichas, las públicas y las clandestinas, constituyen una trama que denuncia que el capital avanza sobre nuestros cuerpos, nuestros territorios y nuestros derechos conquistados porque es ahí desde donde se nutre la acumulación incesante que lo mantiene vivo. Por eso, pretende disolver los derechos conquistados, prohibiendo sindicatos, alargando las jornadas laborales, pagando salarios irrisorios, para llevar la explotación al máximo, usando brazos baratos, muchos de ellos femeninos, para dar continuidad a la estructuración colonial, patriarcal y capitalista del mundo. La fórmula sigue siendo la misma del origen, aunque estemos frente al límite de lo inaguantable e insostenible: más explotación de la naturaleza y de los seres humanos, más ganancias y beneficios para el capital. Recuperar una partecita de la historia desde abajo trayendo a los Mártires de Chicago y a algunas Mujeres Negras, Rojas y Violetas rescatadas del olvido en este 1 de mayo, es una manera de develar que en la memoria histórica no sólo está lo que se vivió en el pasado, sino lo que vivirá en el futuro.

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